PRIMERAS LÍNEAS
Quiero comenzar dando las gracias a la Junta Directiva por participar como discutidor de una ponencia en este Simposium que nos convoca para pensar sobre un asunto de la máxima vigencia para nosotros psicoanalistas. Asimismo, quiero agradecer a Martina Burdet porque su trabajo me ha parecido profundo, interesante e inspirador.
Para armar mi discusión me ha parecido conveniente establecer un diálogo con el texto de Martina a partir de ciertos ejes esenciales, con la esperanza de que este diálogo sirva para suscitar sentimientos y pensamientos.
Primero expondré con énfasis mis acuerdos con el texto de Martina: que el gran descubrimiento de Freud que supuso el concepto de psicosexualidad no ha perdido vigencia; que la cuestión sexual no ha perdido peso para nosotros como psicoanalistas; que existe un riesgo de desexualización de la teoría y de la práctica analítica; que el analista hoy se confronta con nuevas formas de vivir la sexualidad, formas no aparentes, inconscientes, reprimidas, desmentidas, disfrazadas o transformadas de lo sexual. Porque hemos de tener siempre presente que la sexualidad humana es, en sus orígenes, traumática.
Coincido con Martina cuando afirma que, aunque observemos en la clínica regresiones muy anteriores a las fijaciones edípicas, siempre es el terror al incesto, a la locura, a los peligros de la destrucción del yo, del objeto, lo que está detrás. Afirma A. Green en Las cadenas de Eros que «las fijaciones pregenitales, las disfunciones del yo y todas las otras manifestaciones no eróticas -autoeróticas o antieróticas-, fuera de las razones que explican su instalación, podrían cumplir la función de constituir otros tantos círculos concéntricos alrededor de un núcleo secreto, y formar otras tantas murallas psíquicas para proteger la fortaleza de la fantasía genital. Esto, no solamente a causa de la idealización que impregna a esta fantasía, sino, sobre todo, porque el sujeto protege su extrema vulnerabilidad en la relación erótica amorosa» (Green, 1997; p. 182).